Caen sobre el infinito,
las últimas caléndulas,
se arrastra sobre el lirio
el amarillo del
otoño.
Se mueven esos álamos
al ritmo de los vientos,
que invitan a la noche,
a posarse en su sitio,
a iluminar con su luna,
los secretos perdidos,
nuestro bello horizonte
de pan y de deseo,
de sexo entre lamidas,
de sexo entre tu manos,
de sexo entre mis nalgas,
de sexo entre mi pene erecto
y tu boca embebida,
de mi semen viscoso,
mientras la noche oscura
que penetra en tu cuerpo
te abre las heridas.
Al fondo del abismo,
al interior del día,
se mueven nuestras formas,
se mueven nuestros cuerpos,
como a la luz del día.
Yerto, muerto,
abierto, inmóvil,
de par a par mies piernas
como una vez tu sexo.
Yerto, silencioso,
abierto entre mis piernas,
peladas, blancas, pálidas,
que otras veces tuvieron el calor de tu sexo,
el tibio semen blanco
que me diste algún día.
Y yo miro las sierras
y me quedo perdida,
quizá pensando en ella,
quizá queriendo salir de esta noche abrumante,
de esta tristeza mía,
que al regresar a casa
me devuelve a tus manos,
me devuelve entre tus ojos tardíos,
y tu mirada dice,
que ya no estoy contigo.