Quedó inundada la habitación
de tanto que lloré ese día.
Las lágrimas caían de a una
al mosaico corroído,
opaco y ajeno al llanto.
Lloré y lloré,
no podía detenerme,
me venía de otro lugar,
del interior
de mi cuerpo.
La habitación se convirtió
en río o en mar,
se llevó para siempre
mi tristeza,
la certeza de creer que
todo es eso,
lo que tenemos.
El corazón
recuperado del ahogo,
volvió a latir con más frecuencia,
pude abrir los ojos.
El agua me arrastró
hasta la orilla de la libertad,
no volví nunca más la mirada.
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